Plastico
¿un salvavidas para la industria de los combustibles fósiles?
La industria de los combustibles fósiles se enfrenta a una amenaza existencial.
Su supervivencia es diametralmente opuesta a la del medio ambiente. Para evitar la catástrofe climática son necesarios compromisos globales para mantener el petróleo, el gas y el carbón bajo tierra.
Aunque la ciencia ha sido desde hace tiempo clara al respecto, hace poco que los gobiernos y la industria han empezado a actuar.
Países de todo el mundo, incluidas las principales economías europeas como Estados Unidos, la Unión Europea y China, están planteándose objetivos de energías sostenibles cada vez más ambiciosos. El mercado de los vehículos eléctricos está cobrando impulso. De hecho, 2020 fue un año récord para las fuentes de energías limpias.
La industria de los combustibles fósiles se resiste a dar la espalda a los hidrocarburos. Ha visto una luz de esperanza en los plásticos, una industria con la que ya tiene profundas conexiones.
Muchos de los gigantes del petróleo y del gas de esta multimillonaria industria apuestan, en cambio, por artículos de plástico de un solo uso, como esta aparentemente inocua bolsita de champú.
Al igual que los cientos de miles de millones de bolsitas producidas anualmente, su vida comienza entre la masa de antigua materia orgánica, que yace bajo el suelo y el lecho marino.
El petróleo crudo y el gas natural extraídos proporcionan la materia prima para alrededor del 99 por ciento de todos los plásticos. Y, por tanto, es un salvavidas para la industria de los combustibles fósiles.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) predice que los productos petroquímicos impulsarán casi la mitad del crecimiento de la demanda de petróleo de aquí a 2050. Y, según algunas estimaciones, la producción de plástico podría casi cuadruplicarse para entonces.
Esto supone un gran negocio para la industria petroquímica.
Las plantas petroquímicas producen los componentes básicos de una serie de productos, como fertilizantes, dispositivos digitales, neumáticos y plásticos.
Y es en estas instalaciones donde empieza a tomar forma nuestra bolsita.
En una serie de pasos, el petróleo y el gas refinados se procesan para fabricar gránulos de polipropileno y polietileno, que las empresas de envases de plástico pueden moldear en una variedad de productos de un solo uso.
Países de todo el mundo, incluyendo a India y China, están invirtiendo miles de millones en la ampliación de la infraestructura petroquímica. Parte de la financiación procede de las propias empresas de combustibles fósiles.
En EE.UU., la expansión se ha visto impulsada por el auge de la fracturación hidráulica, que ha producido enormes cantidades de gas de esquisto barato. Las empresas han buscado formas rentables de utilizar un subproducto, el etano, materia prima del plástico. Se calcula que en la última década se han anunciado inversiones por valor de 209 mil millones de dólares (172 mil millones de euros) en proyectos petroquímicos estadounidenses.
Voces críticas alertan de que esta tendencia agrava un problema impulsado por la oferta. Cuanto mayor sea la capacidad y la cantidad de material para crear plásticos de un solo uso, mayor será el incentivo para que las empresas de bienes de consumo fabriquen más productos.
Se estima que en 2018 se produjeron 855 mil millones de bolsitas en todo el mundo. Lo suficiente, según algunos activistas, como para cubrir toda la faz del planeta. Al ritmo actual de crecimiento, esa cifra podría aumentar a 1,3 billones en 2027.
Las economías en desarrollo presentan una tendencia general hacia un mayor consumo de plástico. El sudeste asiático representa aproximadamente el 50 por ciento del mercado mundial de bolsitas.
En Filipinas, nuestra bolsita es solo una de las 164 millones que se utilizan a diario. Casi 60 mil millones al año.
En un país donde el 16 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, nuestra bolsita de champú – que cuesta unos 0,7 dólares (0,6 euros), menos de una décima parte del precio de una botella – se comercializa como algo asequible para los ciudadanos de ingresos más bajos.
Sin embargo, estas bolsitas, que a menudo no son reciclables y, por tanto, no tienen valor económico para los recolectores de desechos, acaban ensuciando las calles o las vías fluviales.
Cuando la contaminación por plástico obstruye los desagües, eso puede provocar brotes de enfermedades, como el cólera, y servir de caldo de cultivo para los mosquitos portadores del dengue. Si se quema, libera a la atmósfera partículas tóxicas peligrosas, vinculadas a enfermedades cardíacas y cancerosas.
Cuando se descomponen, los plásticos se convierten muy gradualmente en microplásticos que acaban filtrándose en el suelo, el agua, los sistemas alimentarios y, a la larga, en los órganos de nuestro cuerpo.
Las comunidades pobres y marginadas se ven desproporcionadamente afectadas por los impactos del plástico en la salud.
Algunos de los principales actores han señalado su disposición a ayudar a afrontar la crisis del plástico mediante la creación en 2019 de la Alianza global para eliminar los residuos plásticos.
Sus miembros, entre los que se encuentran grandes empresas de los sectores de los combustibles fósiles, los envases, los bienes de consumo y la petroquímica, se han comprometido a aportar 1.500 millones de dólares (1.200 millones de euros) para mantener los plásticos de un solo uso fuera del medio ambiente.
Con actores de toda la cadena de valor del plástico, la alianza dice estar adoptando un enfoque de colaboración para encontrar soluciones. Su objetivo principal es mejorar la gestión de los residuos, lo que incluye el reciclaje.
Nuestra bolsita, por ejemplo, difícilmente renacerá como algo nuevo. Sus múltiples y diferentes capas hacen que el reciclaje sea difícil y costoso, incluso imposible.
Lo mismo ocurre con muchos otros artículos de plástico de un solo uso. Aunque la cantidad de plástico que se produce anualmente se ha multiplicado por 200 desde 1950, solo se ha reciclado un 9 por ciento.
Y aunque la alianza se centra en la gestión de residuos, muchos de sus miembros siguen invirtiendo en aumentar el volumen de productos plásticos.
Y así, nuestra bolsita está destinada a un solo fin.
Después de haber sido arrastrada por las calles hasta llegar a un río y de ahí al océano, ha sido mordisqueada por criaturas marinas, y ahora yace en una playa, lejos de donde inició su viaje.
Una única bolsita vacía puede parecer insignificante. Sin embargo, el proceso que le dio vida representa un posible futuro para el poderoso sector de los combustibles fósiles.
Algunos sostienen que la industria está haciendo una apuesta arriesgada y que la demanda de plástico alcanzará su punto máximo mucho antes de lo previsto, a medida que las sociedades avancen hacia economías circulares.
Pero los riesgos de que la apuesta resulte rentable son altos. Si la producción de plástico aumenta como se prevé, las emisiones mundiales anuales derivadas de la fabricación e incineración ascenderían a 2,8 gigatoneladas en 2050, similares a las de India en los últimos años.
Según los expertos, eso nos atraparía en la producción durante décadas y dificultaría la reversión de la crisis del plástico.
En cuanto a nuestra bolsita, es solo cuestión de horas que el viento la devuelva a las olas y al mar. Allí permanecerá durante décadas, como una reliquia de la industria petrolera que excede con creces su propósito de un solo uso.
Metodología
Aquí se encuentra una lista completa de las fuentes y los estudios empleados en este reportaje: https://github.com/dw-data/plastic-fossil-fuels.
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